Somos un país envidiable.
Disponemos de un gozoso clima, de un talante para las relaciones
sociales único, de una cordialidad con el extranjero admirable. Somos
gentes pacíficas aunque eternamente cabreadas. Gentes del sur de Europa
que hemos encontrado la razón de la existencia, fundada en un espíritu
alegre ante la vida, solemne ante la muerte, y cordial ante
los infortunios. No somos Alemania. No somos Noruega.
SOMOS ESPAÑA.
Somos un pueblo dócil pero
orgulloso, muy trabajador, amante de la familia, respetuoso con el
dueño, pero receloso del que nos quiere joder. Nos caen mal los jetas,
los pijos, los niñatos, los señoritos y los chulos. En cambio abrimos
nuestras puertas a los débiles, los hermanos; a la gente que puebla
caminos y plazas con las manos libres y limpias.
Por todo ello, no nos merecemos lo que nos
está sucediendo. Contemplar como una bandada de buitres carroñeros,
vulgares chupatintas, siniestros escala braguetas, vulgares trepas,
amorfos profesionales de la ventanilla y la lista cerrada de todos los
partidos políticos, pugnan por situarse al final de la fila, ahora que
el barco se hunde. Si fueran capaces de escuchar sus propias palabras,
se contarían las venas.
España ha salido a la calle. Ante toda Europa. Ante el mundo que nos observa con lupa. Con una
clase política que no está a la altura de su pueblo. Unos dirigentes
habituados a gobernar la abundancia, pero incapaces de administrar con
sensatez la escasez. No saben. No pueden. Que se vayan pues. No nos merecemos a esta gentuza.
Artículo: PERIÓDICO DE ARAGÓN 13/05/2012
Autor: JOAQUÍN CARBONELL